“Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán.”
VIERNES 2 DE JUNIO OCTAVA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

R/. Aleluya, aleluya, aleluya
Yo los he elegido del mundo -dice el Señor-; para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca. (Cf. Juan 15,16)
R/. Aleluya, aleluya, aleluya

Evangelio
Lectura del santo evangelio según SAN MARCOS
Marcos 11, 11-26
“¿Acaso no está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”.
Después de haber sido aclamado por la multitud, Jesús entró en Jerusalén, fue al templo y miró todo lo que en él sucedía; pero como ya era tarde, se marchó a Betania con los Doce.
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, sintió hambre. Viendo a lo lejos una higuera con hojas, Jesús se acercó a ver si encontraba higos; pero al llegar, sólo encontró hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces le dijo a la higuera: “Que nunca jamás coma nadie frutos de ti”. Y sus discípulos lo estaban oyendo.
Cuando llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a arrojar de ahí a los que vendían y compraban; volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas; y no dejaba que nadie cruzara por el templo cargando cosas. Luego se puso a enseñar a la gente, diciéndoles: “¿Acaso no está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”.
Los sumos sacerdotes y los escribas se enteraron de esto y buscaban la forma de matarlo; pero le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de sus enseñanzas. Cuando atardeció, Jesús y los suyos salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, cuando pasaban junto a la higuera, vieron que estaba seca hasta la raíz. Pedro cayó en la cuenta y le dijo a Jesús: “Maestro, mira: la higuera que maldijiste se secó”.
Jesús les dijo entonces: “Tengan fe en Dios; les aseguro que si uno le dice a este monte: ‘Quítate de ahí y arrójate al mar’, sin dudar en su corazón y creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso les digo: Cualquier cosa que pidan en la oración, crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán. Y cuando se pongan a orar, perdonen lo que tengan contra otros, para que también el Padre, que está en el cielo, les perdone a ustedes sus ofensas; porque si ustedes no perdonan, tampoco el Padre, que está en el cielo, les perdonará a ustedes sus ofensas”.
P/ Palabra del Señor
R/ Gloria a ti, Señor Jesús
MEDITACIÓN
PALABRAS DEL SANTO PADRE
«Padre, ¿qué tengo que hacer para esto?». «Pídelo al Señor, que te ayude a hacer cosas buenas, pero con fe». Sencillo, pero con «una condición» que es Jesús mismo quien la indica: «Cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas». (…) Jesús maldice la higuera porque es estéril, «porque no puso de su parte para dar fruto», convirtiéndose así en el símbolo de la «persona que no hace nada para ayudar, que vive siempre para sí misma, a fin de que no le falte nada». Estas personas, al final «llegan a ser neuróticas». Y «Jesús condena la esterilidad espiritual, el egoísmo espiritual» de quien piensa: «Yo vivo para mí: que a mí no me falte nada y los demás que se las arreglen». (Homilía Santa Marta, 29 mayo 2015)
SS Francisco
«Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido»
Hoy, fruto y petición son palabras clave en el Evangelio. El Señor se acerca a una higuera y no encuentra allí frutos: sólo hojarasca, y reacciona maldiciéndola. Según san Isidoro de Sevilla, “higo” y “fruto” tienen la misma raíz. Al día siguiente, sorprendidos, los Apóstoles le dicen: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca» (Mc 11,21). En respuesta, Jesucristo les habla de fe y de oración: «Tened fe en Dios» (Mc 11,22).
Hay gente que casi no reza, y, cuando lo hacen, es con vista a que Dios les resuelva un problema tan complicado que ya no ven en él solución. Y lo argumentan con las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis» (Mc 11,24). Tienen razón y es muy humano, comprensible y lícito que, ante los problemas que nos superan, confiemos en Dios, en alguna fuerza superior a nosotros.
Pero hay que añadir que toda oración es “inútil” («vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo»: Mt 6,8), en la medida en que no tiene una utilidad práctica directa, como —por ejemplo— encender una luz. No recibimos nada a cambio de rezar, porque todo lo que recibimos de Dios es gracia sobre gracia.
Por tanto, ¿no es necesario rezar? Al contrario: ya que ahora sabemos que no es sino gracia, es entonces cuando la oración tiene más valor: porque es “inútil” y es “gratuita”. Aun con todo, hay tres beneficios que nos da la oración de petición: paz interior (encontrar al amigo Jesús y confiar en Dios relaja); reflexionar sobre un problema, racionalizarlo, y saberlo plantear es ya tenerlo medio solucionado; y, en tercer lugar, nos ayuda a discernir entre aquello que es bueno y aquello que quizá por capricho queremos en nuestras intenciones de la oración. Entonces, a posteriori, entendemos con los ojos de la fe lo que dice Jesús: «Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn 14,13).
Mi casa es casa de oración para todos los pueblos
Esa es la forma en que Jesús se enfrenta a las corruptelas que el clero del templo ha ido introduciendo en el mismo, con la excusa de la pureza del sacrificio o la limosna. Ciertamente las leyes del Templo exigen que el animal sacrificado a Dios, sea un animal perfecto, sin taras, sin defecto y posiblemente un animal así, apto para el sacrificio en el altar no era fácil de traer desde lejos. Por esto se habían ido introduciendo en el Templo, los cambistas, que cambiaban el dinero impuro por monedas oficialmente puras. No se podían usar como ofrenda, por ejemplo, monedas del Imperio que llevaran la imagen del emperador. Estas eran monedas idolátricas e impuras. Sin embargo los peregrinos que llegaban al Templo solo disponían de la moneda de uso corriente en sus lugares de origen. Era necesario dotarse de dinero legalmente puro para poder ofrecerlo a los sacerdotes. Lo mismo pasaba, seguramente, con los animales destinados al sacrificio.
Es posible que levitas y sacerdotes, hubieran establecido un mercadillo de intercambios de impuro por puro, seguramente con alguna ganancia para ellos. Y esto ha hecho enfurecer a Jesús pues está viendo la corruptela que conllevan estas transacciones, y así, echando fuera a los abusadores, celosos de una pureza ritual, quiere hacer del templo un lugar apropiado para la oración y la caridad. La frase, sin duda de origen divino, “no quiero sacrificios, sino misericordia”, está en el fondo de la acción de Jesús.
El hermoso versículo final pone un cierre de oro al fragmento que hemos leído hoy: “Cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que vuestro Padre del Cielo perdone vuestras culpas”.
¿Seremos capaces de cumplir este sencillo consejo, o mandato? Mejor lo pensamos un poco.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
- «‘¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!’. Nos da pena este pasaje de la Escritura Santa, a la vez que nos anima también a encender la fe, a vivir conforme a la fe, para que Cristo reciba siempre ganancia de nosotros» (San Josemaría)
- «¿Estamos dispuestos a dejarnos purificar continuamente por el Señor, permitiéndole arrojar de nosotros y de la Iglesia todo lo que es contrario a Él? En la purificación del templo se trata de algo más que de la lucha contra los abusos. Se anuncia una nueva hora de la historia» (Benedicto XVI)
- «En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. Él mismo escucha las plegarias que se le dirigen» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.621)


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