Un camino de Fe

Enseñanza, Espiritualidad, Semana Santa

“Adoración Eucarística, el Silencio de Dios en medio del ruido del hombre”

En el silencio es donde suceden los grandes acontecimientos. No en el tumultuoso derroche del acontecer externo, sino en la augusta claridad de la visión interior, en el sigiloso movimiento de las decisiones, en el sacrificio oculto y en la abnegación; es decir, cuando el corazón, tocado por el amor, convoca la libertad de espíritu para entrar en acción, y su seno es fecundado para dar fruto. Los poderes silenciosos son los auténticamente creativos. Pues bien, al más silencioso de los acontecimientos, al que en el más profundo silencio y alejado de todo bullicio proviene de Dios,
queremos dirigir ahora nuestra mirada.

ROMANO GUARDINI

“Un aspecto que es preciso cultivar con más esmero en nuestras comunidades es la experiencia del silencio. Resulta necesario para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia. En una sociedad que vive de manera cada vez más frenética, a menudo aturdida por ruidos y dispersa en lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio. No es casualidad que, también más allá del culto cristiano, se difunden prácticas de meditación que dan importancia al recogimiento. ¿por qué no emprender con audacia pedagógica, una educación específica en el silencio dentro de las coordenadas propias de la experiencia cristiana? Debemos tener ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús, ´el cual salió de casa y se fue a un lugar desierto, y allí oraba´(Mc 1, 35). La liturgia, entre sus diversos momentos y signos, no puede descuidar el del
silencio”

San Juan Pablo II Spiritus et Sposan. 13)

En el silencio igual que Dios, que habita en un gran silencio, el hombre se acerca al Cielo; o, más bien, deja que Dios se manifieste en él. Solo hallamos a Dios en el silencio eterno en el que vive.

La voz de Dios es silenciosa. De hecho, el hombre tiene que tender también a convertirse en
silencio.

Para la persona espiritual que ha gustado a Dios, silencio y Dios parecen identificarse, porque Dios habla en el silencio, y solo el silencio parece poder expresar a Dios. De ahí que para encontrar a Dios ¿adonde irá uno sino a las profundidades más silenciosas de sí mismo, a esas
regiones tan ocultas que nada las puede turbar? Cuando ha llegado a ellas, preserva, con un esmero celoso, ese silencio que Dios regala. Lo defiende contra toda agitación, hasta de sus propias potencias».

En el corazón del hombre existe un silencio innato, pues Dios habita en lo más íntimo de
cada persona. Dios es silencio y ese silencio divino habita en el hombre. En Dios estamos
inseparablemente unidos al silencio. La Iglesia puede afirmar que la humanidad es hija de un Dios silencioso, porque los hombres son hijos del silencio.

Dios nos sostiene y, si guardamos silencio, vivimos con Él en todo momento. Nada nos permitirá
descubrir mejor a Dios que su silencio grabado en el centro de nuestro ser. ¿Cómo vamos a encontrar a Dios si no cultivamos ese silencio? Al hombre le gusta viajar, crear, hacer grandes descubrimientos; y se queda fuera de sí mismo, lejos de Dios, que vive en silencio dentro de su alma. Recordar la importancia de cultivar el silencio para estar realmente con Él.

Ningún profeta ha encontrado jamás a Dios sin retirarse a la soledad y el silencio. Moisés,
Elias y Juan el Bautista hallaron a Dios en el silencio del desierto. También hoy los monjes buscan a Dios en la soledad y el silencio. No me refiero únicamente a una soledad o un movimiento geográfico, sino a un estado interior. Tampoco basta con callar. Hay que convertirse en silencio.
Y es que Dios se encuentra en el hombre antes que en el desierto, antes que en la soledad y el silencio.
El auténtico desierto está en nuestro interior, en nuestra alma. Si lo entendemos así, somos capaces de comprender que el silencio es indispensable para encontrar a Dios. El Padre aguarda a sus hijos en sus propios corazones.

Es preciso salir del tumulto interior para hallar a Dios. Pese a la agitación, a los negocios, a los
placeres fáciles, Dios continúa silenciosamente presente. Está dentro de nosotros como un
pensamiento, una palabra y una presencia cuyas fuentes secretas se esconden en Él, inaccesibles a la mirada de los hombres.

La soledad es el mejor estado para escuchar el silencio de Dios. Para quien quiere encontrar el
silencio, la soledad es el monte que debe escalar. Cuando un hombre se aísla dentro de un monasterio, lo que busca por encima de todo es el silencio. Y, sin embargo, el objeto de su búsqueda está dentro de él. En su corazón habita ya la presencia silenciosa de Dios. El silencio que perseguimos confusamente se halla en nuestro propio corazón y nos revela a Dios. Por desgracia, las fuerzas mundanas que pretenden forjar al hombre moderno eliminan metódicamente el silencio.
Porque se puede seguir en silencio en medio de los mayores desórdenes, de la agitación más abyecta; en medio de la algarabía y los aullidos de esas máquinas infernales que invitan al funcionalismo y al activismo arrancándonos de toda dimensión trascendente y de toda vida interior.

 “El silencio cuesta, pero hace al hombre capaz de dejarse guiar por Dios. Del silencio nace el silencio. A través del Dios silencioso podemos acceder al silencio. Y el hombre no deja de sorprenderse de la luz que brilla entonces. El silencio es más importante que cualquier otra obra humana. Porque manifiesta a Dios”

Cardenal Sarah

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El silencio es la condición necesaria de la oración y la guarda de los pensamientos santos. El Silencio nos desprende, la charla nos embrolla; el silencio nos hace vigilantes sobre nosotros mismos y nos protege; la conversación, incluso la necesaria, nos compromete. Si guardamos perfectamente el silencio durante una semana, cuántas faltas desaparecen de nuestra confesión semanal: faltas de paciencia, de caridad, de obediencia, de conformidad, de discreción etc.

El silencio fomenta la calidad del santo temor. La reverencia ante la presencia de Dios nos hace silenciosas y fortalecidas por ese silencio. ¿Quién romperá el silencio si está penetrada de la presencia de Dios?
También la esperanza es fortalecida por el silencio, porque el alma silenciosa es mejor instruida por las lecciones particulares del Señor sobre el Espíritu Santo y eso trae siempre al alma esperanza y suavidad.

Debemos de distinguir dos espacios de silencio:

Silencio personal en momentos determinados de nuestra vida cotidiana,
especialmente en el momento de oración.

Silencio en los momentos de encuentro comunitario (liturgia).


¿Por qué hay momentos de silencio en la liturgia?

Es necesario el silencio para escuchar la Palabra de Dios, para prepararnos a escuchar esa Palabra. Dios se hizo Palabra en Jesús, y condición para escuchar esa Palabra es el silencio: silencio del corazón, de la mente, de los sentidos, silencio ambiental.

Hay un hermoso pasaje de la Biblia en 1 Sam 3, 10 cuando el joven Samuel en el silencio de la noche le dice a Dios: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Guardamos silencio para escuchar a Dios.

¿Cuáles son esos momentos de silencio?

Antes de la eucaristía y de cualquier celebración litúrgica nos deberíamos preparar con el silencio, para reflexionar y pensar: ¿Qué vamos a hacer?; ¿con quién vamos a encontrarnos?; ¿qué nos pedirá Dios en esta ceremonia?; ¿cómo debemos vivir esta celebración?; ¿qué traemos a esta celebración?; ¿qué deseamos en esta eucaristía?; ¿qué pensamos dar a Dios?.

Por eso urge hacer silencio ya que hemos entrado en el recinto sagrado y hay que preparar el corazón, que será el terreno donde Dios depositará la semilla fecunda de la salvación.

Silencios en la eucaristía y su significado

Antes del “Yo confieso”

Es un silencio para ponernos en la presencia del tres veces santo, reconocer nuestra condición de pecadores y pedirle perdón, y de esta manera poder entrar dignos a celebrar y vivir los misterios
de pasión, muerte y resurrección de Cristo.


Antes de la oración colecta

El sacerdote dice: “Oremos”. Es aquí donde el sacerdote, en nombre de Cristo, recoge todas nuestras peticiones y súplicas, traídas a la Eucaristía. Antiguamente se usaban también otras
fórmulas, dichas por el diácono, para llamar la atención de la asamblea antes de esta oración: “Guarda silencio”. ”Presta oídos al Señor”. En este silencio cada uno concreta sus propias intenciones. Por eso se llama oración colecta, porque colecciona y recoge los votos, intenciones y peticiones de toda la Iglesia orante.

Después de la lectura del Evangelio o de la homilía

¿Qué significado tiene ese breve silencio? Dejar que la Palabra de Dios, leída y explicada por el ministro de la Iglesia, vaya penetrando y germinando en nuestra alma. ¡Ojalá se encuentre siempre el alma abierta!

Momento de la elevación de la Hostia consagrada y del Cáliz con la sangre de Cristo en la consagración.

Es un silencio de adoración, de gratitud, de admiración ante ese milagro eucarístico. Es un silencio donde nos unimos a ese Cristo que se entrega por nosotros.

Después de la comunión, viene el gran silencio.

Silencio para escuchar a ese Dios que vino a nuestra vida, en forma de pan, silencio para
compartir nuestra intimidad con Él. Silencio para ponernos en sus manos. Silencio para unirnos a todos los que han comulgado y encomendar a quienes no han podido comulgar. ¡Aquí está la fuerza de la comunión!

También se recomienda un brevísimo silencio después de cada petición en la oración de los fieles.

Aquí es un silencio impetratorio, donde pedimos por todas las necesidades de la Iglesia, del mundo y de los hombres.
Es muy aconsejable, después de la eucaristía quedarse unos minutos más en silencio, para poder agradecer a Dios el habérsenos dado como alimento, al que nos ha permitido participar en la santa misa.

El permanecer en silencio ante el Santísimo o, cuando no está expuesto, simplemente ante el Sagrario, le enseña al alma a abrirse en la dulce presencia del Cordero. Quizá podamos compararlo con un niño amamantado por su madre. El pequeño está contento y satisfecho; se sabe cobijado en el amor de la madre.

Lo mismo sucede con nuestra alma… Cuando está junto al Señor, está “en casa”. Allí, puede acoger a profundidad la misteriosa presencia de Jesús en la Santa Eucaristía. Bebe la presencia de Dios. Podríamos decir también que está, como el Apóstol San Juan, recostada sobre el pecho del Señor (cf. Jn 13,23). 

Quien empiece a saborear el “deleite espiritual” que es propio de esta forma de oración, volverá una y otra vez al Sagrario, para permanecer junto al Señor. 

Con justa razón, se dice que la Adoración al Santísimo es como una prolongación de la comunión. Desde esta perspectiva, tiene mucho sentido que se exponga el Santísimo directamente después de la Santa Misa, para prolongar así, de alguna forma, la recepción de la santa comunión.

 

«Nosotros en este tiempo moderno hemos perdido el sentido de la adoración. Debemos retomar el sentido de adorar en silencio… Poca gente sabe qué es esto, y vosotros obispos debéis catequizar a los fieles sobre la oración de adoración; la Eucaristía nos pide hacerlo» “No os olvidéis de adorar. La oración de la adoración que hemos descuidado debemos retomarla: adorar, en silencio”.

Papa Francisco, Congreso Eucarístico nacional de Estados Unidos de América, Indianapolis del 17 al 21 de julio

En la Adoración al Santísimo, se debería procurar que, de ser posible, se guarden también momentos de silencio, en los cuales el Señor puede tocar interiormente el alma. Por lo general, estamos habituados a la oración vocal, y solemos ocupar el tiempo con determinadas oraciones pre-establecidas. Sin embargo, sería muy fructífero que también pudiésemos simplemente decirle al Señor: “Aquí estoy”, y que tengamos el tiempo para entrar en un íntimo diálogo con Él.

La Adoración en silencio puede compararse con la hermosa relación de amor entre hombre y mujer. En esta relación, no solamente debe tratarse de las tareas conjuntas, como la educación de los hijos, los quehaceres u otros asuntos familiares. Para profundizar el amor, conviene darse el tiempo para simplemente estar juntos, para abrazarse, para saber que “yo soy tuyo y tú eres mío”, para asegurarse del amor del otro sin necesidad de palabras…

Algo similar sucede en la relación de amor con el Señor. Aquí no se trata siempre de “hacer algo”; sino de una simple mirada a Él, del intercambio “de corazón a corazón”, de la certeza de que Jesús está ahí y nos mira con amor, de una sencilla declaración de nuestro amor, de profundizar nuestra pertenencia a Él, de sabernos amigos Suyos…

Hemos de tomar conciencia de que, precisamente en la Adoración Eucarística, es el Señor quien nos invita a Su mesa. Y aquí no hay pre-requisitos que cumplir… ¡Hemos de entenderlo como una invitación y aceptarla!

En este contexto, tenemos que mencionar algo sobre los así llamados “padecimientos de la oración”, uno de los cuales son las distracciones involuntarias. Sucede que uno quisiera orar con recogimiento y en silencio, pero los pensamientos empiezan a divagar… Difícilmente se logra la concentración, y el alma se siente vacía y desierta en su interior.

Esta dispersión procede de nuestra naturaleza caída, que se deja distraer fácilmente por las cosas terrenales y a menudo le da demasiada cabida a pensamientos y sentimientos innecesarios… Mientras que estas distracciones sean involuntarias –es decir, no intencionadas de parte nuestra–, podrán ser molestas, pero no nos perjudican. ¡Y en ese sentido hay que manejarlas! Los maestros de la vida espiritual recomiendan no tomarlas en cuenta, y simplemente seguir orando como nos lo habíamos propuesto; es decir, no prestarles demasiada atención.

Si bien las distracciones involuntarias no merman el valor de la oración, sí deberíamos procurar que no se multipliquen. Por eso, tanto la Adoración Eucarística como la Santa Misa requieren de una preparación interior. No deberíamos andar de apuro cuando acudamos a la invitación del Señor; sino que hemos de darnos el tiempo para estar con Él. Nunca perdemos nada cuando permanecemos junto al Señor; mientras que podemos perder mucho tiempo en cosas innecesarias.

Para cerrar este tema, sólo puedo recomendar encarecidamente pasar todo el tiempo que sea posible junto al Señor, sea en el Sagrario o expuesto en el Santísimo. Y no se trata solamente de nuestra propia santificación; sino que, al adorar a Dios, nos adentramos en la dimensión más profunda de nuestra vida terrenal y se nos descubre un gran sentido de nuestra existencia, que llegará a su consumación en la eternidad. Así, cumplimos la Voluntad del Señor y Él puede concedernos de Su abundancia todo lo que ha dispuesto para nosotros. ¡Esto es para Él una gran alegría y un profundo anhelo!

¡También al Señor le agrada que estemos ahí! El amor a Dios se irá desplegando al cultivar la relación íntima con Él. Y cuanto más crezca este amor, tanto más capaces seremos de servir a las personas en su Espíritu y de dar testimonio de Él. ¡Y aquí vemos otro profundo sentido y fruto de la Adoración Eucarística!


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COMUNICADO DE LA POSTULAZIONE

10/01/2022   
Se han registrado varias denuncias de reliquias del beato Carlo Acutis que no cumplen con los requisitos canónicos ni con la Instrucción de la Congregación para las Causas de los Santos sobre «Las reliquias en la Iglesia: autenticidad y conservación», del 16 de diciembre de 2017.
En particular, reiteramos que para que las reliquias sean auténticas deben llevar un sello de cera y un documento de autentificación con la firma del Postulador. Hay que asegurarse de que no han sido manipuladas o falsificadas.
Nadie más está autorizado a autentificar las reliquias de Carlos Acutis, haciendo una excepción del Obispo de Asís.
Además, le recordamos que las reliquias se conceden gratuitamente, sin ninguna cantidad de dinero a cambio.
Por ello, invitamos a los pastores de la Iglesia a estar atentos al fenómeno de las falsas reliquias, y pedimos la colaboración de sacerdotes, religiosos y laicos para denunciar los casos de fraude o abuso a la Postulación.
Agradecemos a todos los que nos ayuden a frenar un fenómeno tan desafortunado.

 

Dr.Nicola Gori
Postulatore della Causa.



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