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La Lucha Espiritual: Una Profundización desde la Fe Católica

En nuestro caminar diario como cristianos, buscamos herramientas que fortalezcan nuestra fe. Las palabras del reconocido predicador Billy Graham, aunque provenientes de otra tradición cristiana, contienen sabiduría que resuena con nuestra fe católica.


El Remedio de un Gran Orador: Una Reflexión Católica

Las palabras del reconocido predicador Billy Graham, aunque provenientes de otra tradición cristiana, contienen sabiduría que resuena con nuestra fe católica.

La lucha interior que todos enfrentamos Billy Graham, en su predicación, compartió una profunda reflexión sobre la batalla espiritual que todos enfrentamos:

“Muchos, después de muy amargas experiencias hemos descubierto un remedio maravilloso, para alejar de nuestra alma el pecado que la llena de impureza. Muchísimas veces dijimos: ‘No me dejaré vencer en esto y en esto’. Vino luego un ataque inesperado. Los deseos de la carne lucharon contra nuestro espíritu y ya sabemos lo que sucedió. Cuántas veces lo que nunca imaginábamos que íbamos a hacer, porque era muy malo, lo llegamos a hacer… Muchas veces tuvimos que derramar lágrimas de contrición y clamar a Dios para que no permitiera que nos pisotearan tan frecuentemente y con tanta crueldad los enemigos del alma.

Estas situaciones nos tienen que hacer comprender que andamos por territorios plagados de adversarios y que “el hombre viejo” no ha muerto ni se ha ido; que si dejamos de emplear las armas defensivas seremos derrotados irremediablemente.”

La perspectiva católica sobre la lucha espiritual

Esta reflexión nos recuerda las enseñanzas de San Pablo cuando habla de la lucha interior entre el espíritu y la carne (Gálatas 5:17). Como católicos, reconocemos esta batalla constante, que el Catecismo denomina “combate espiritual”.

Nuestra tradición nos enseña que:
La gracia santificante recibida en los sacramentos nos fortalece para esta lucha.
La oración perseverante es esencial para mantenernos firmes ante las tentaciones.
Los sacramentos , especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, son remedios divinos para nuestras caídas.
La comunión de los santos nos acompaña y sostiene en nuestras debilidades.

Una Profundización desde la Fe Católica

La Gracia Santificante: Fortaleza Divina para Nuestra Batalla

La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos concede para transformar nuestra alma y hacernos partícipes de su naturaleza divina. No es simplemente un estado pasajero, sino una renovación permanente interior que nos configura con Cristo. Como enseña el Catecismo, es “la fuente del trabajo de santificación” (CIC 1999).

Estar en gracia:

  • Nos elevamos a una nueva dignidad como hijos adoptivos de Dios.
  • Nos capacitamos para vivir en comunión con la Trinidad
  • Renueva nuestra alma haciéndola agradable a Dios
  • Nos permite realizar actos meritorios para la vida eterna

En nuestra batalla contra las tentaciones, la gracia santificante no es sólo un escudo, sino una fuerza transformadora que poco a poco va conformando nuestros deseos a los de Cristo. Como mencionaba Billy Graham en su reflexión, nuestras caídas revelan nuestra profunda necesidad de esta gracia divina.

La Oración Perseverante: Sustento en el Combate

La oración perseverante constituye el aliento vital del cristiano en su combate espiritual. No se trata de una actividad ocasional, sino de una relación constante con Dios que sostiene toda nuestra vida. Como enseñaba Santa Teresa de Ávila: “La oración no es otra cosa que tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama”.

La oración perseverante:

  • Mantiene viva nuestra relación con Cristo
  • Nos fortalece contra las asechanzas del mal
  • Nos ayuda a discernir la voluntad de Dios
  • Transforma poco a poco nuestro corazón.

Cuando Billy Graham habla de “clamar a Dios” tras nuestras caídas, reconoce esta dimensión esencial de la vida cristiana. San Pablo nos exhorta a “orar sin cesar” (1 Tes 5:17), especialmente en los momentos de mayor debilidad.

Los Sacramentos: Canales de Gracia Divina

Los sacramentos son signos eficaces de la gracia instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia. No son simples rituales, sino encuentros transformadores con Cristo vivo que nos sostienen en nuestro peregrinar.

En el contexto de la lucha espiritual:

  1. El Bautismo nos libera del pecado original e inicia nuestra vida en Cristo.
  2. La Confirmación fortalece los hechos del Espíritu Santo para el combate espiritual.
  3. La Eucaristía es “medicina de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía) que nos une íntimamente a Cristo.
  4. La Reconciliación restaura nuestra relación con Dios y la Iglesia cuando hemos caído. Este es precisamente el “remedio maravilloso” al que alude la reflexión, permitiéndonos experimentar la misericordia divina.
  5. La Unción de los Enfermos fortalece en la prueba de la enfermedad.
  6. El Orden Sacerdotal consagra ministros para servir al Pueblo de Dios.
  7. El Matrimonio santifica el amor humano haciendo signo del amor de Cristo por su Iglesia.

La Comunión de los Santos: Apoyo en Nuestra Debilidad

La comunión de los santos es la maravillosa realidad de que todos los miembros de la Iglesia —los que peregrinan en la tierra, los que se purifican en el purgatorio y los que gozan de la visión beatífica— forman un solo cuerpo místico en Cristo.

Esta comunión significa que:

  • Nunca luchamos solos en nuestro combate espiritual.
  • Los santos interceden constantemente por nosotros.
  • Podemos pedir su asistencia en nuestras tentaciones.
  • Nuestras oraciones benefician a toda la Iglesia

San Juan Pablo II la describió como “una solidaridad misteriosa y sobrenatural” que une a todos los bautizados en Cristo. Cuando nos sentimos desfallecer, como describe Graham, recordamos que estamos sostenidos por esta comunión invisible pero real.

El remedio maravilloso

El “remedio maravilloso” evoca lo que nosotros, como católicos, experimentamos en el sacramento de la Reconciliación. Cuando caigamos, tenemos la oportunidad de derramar “lágrimas de contrición y clamar a Dios” a través de este sacramento sanador. San Agustín, quien conoció bien la lucha contra los deseos de la carne, escribió: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Este santo nos recuerda que la verdadera paz solo se encuentra en la entrega completa a Dios.

La santidad no se alcanza de golpe, sino a través de pequeñas victorias cotidianas, caídas, arrepentimiento y nuevos comienzos. En cada Eucaristía, repetimos “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Esta humildad reconoce nuestra fragilidad y, al mismo tiempo, nuestra confianza en la misericordia divina.

Para reflexionar

¿Qué “remedio maravilloso” ha descubierto en tu propia vida para alejarte del pecado? ¿Cómo te ha sostenido la misericordia de Dios en tus momentos de debilidad? ¿De qué manera los sacramentos te fortalecen en tu combate espiritual?

Que cada paso que des hoy te acerca más a Cristo, quien comprende nuestras debilidades y nos ofrece la gracia para superarlas.

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