Un camino de Fe

María, Semana Santa

El Patronazgo Evangelizador: La Noble Tradición de Apoyar la Misión

La evangelización es una tarea fundamental en la vida de la Iglesia, pero muchas veces quienes dedican su vida a esta misión enfrentan desafíos materiales que dificultan su labor.


A lo largo de la historia, personas con abundantes recursos han encontrado en el apoyo a misioneros una forma de vivir la misericordia cristiana, siguiendo una tradición que se remonta a los primeros siglos del cristianismo.

La Misericordia de los Ricos: Promoviendo el Trabajo Misionero y Evangelizador

La obra de misericordia que un rico puede realizar al apoyar el trabajo misionero y de evangelización es una expresión concreta de amor cristiano, marcada por la generosidad y el desprendimiento. Este acto no solo ayuda a sustentar las necesidades materiales de los misioneros, sino que también contribuye al anuncio del Evangelio en lugares donde las dificultades económicas y sociales son barreras significativas. Sin embargo, este apoyo debe ser realizado con humildad y fraternidad, evitando que se perciba como un abuso de la fe o un acto de superioridad.

Raíces bíblicas del apoyo misionero

El propio Jesús contó con el apoyo económico de personas que creían en su misión. El evangelio de Lucas nos revela que “algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, administradora de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes” (Lucas 8:2-3). Estas mujeres, algunas de posición social y económica destacada, pusieron sus recursos al servicio del anuncio del Reino.

Jesús mismo enseñó sobre el desprendimiento de las riquezas terrenales: “No acumulen para sí tesoros en la tierra… acumulen tesoros en el cielo” (Mateo 6:19-20). Además, Él fue sostenido por personas como José de Arimatea, quien ofreció su tumba para el cuerpo de Cristo (Mateo 27:57-60), mostrando cómo los bienes materiales pueden ponerse al servicio de la fe.

En los Hechos de los Apóstoles encontramos otro ejemplo inspirador: “No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el import de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hechos 4:34-35). Esta práctica de la primera comunidad cristiana muestra cómo los bienes materiales se ponían al servicio de la misión evangelizadora.

San Pablo, en su carta a los Filipenses, agradece el apoyo material recibido: “Y vosotros, filipenses, bien sabéis que, en el principio de la predicación del Evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia me ayudó en razón de dar y recibir, sino vosotros solos” (Filipenses 4:15). El apóstol reconoce que este apoyo no solo beneficia a quien lo recibe, sino principalmente a quien lo da: “No es que busque yo vuestros donativos; lo que busco es que abundéis en frutos” (Filipenses 4:17).

En su primera carta a Timoteo, Pablo exhorta directamente a los ricos a ser generosos y compartir sus bienes: “A los ricos de este mundo mándales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios… Que sean ricos en buenas obras, generosos y dispuestos a compartir” (1 Timoteo 6:17-19).

Ejemplos patrísticos y los patrocinadores en la historia de la Iglesia

La tradición de patrocinio evangelizador en la Iglesia tiene raíces profundas. Durante el Imperio Romano, familias nobles convertidas al cristianismo como la de Santa Paula y Santa Eustoquia apoyaron el trabajo de San Jerónimo, permitiéndole dedicarse a la traducción de la Biblia (la Vulgata) y a la formación de comunidades monásticas.

Clemente de Alejandría enseñaba que tanto ricos como pobres tienen necesidades espirituales, pero los ricos están llamados a practicar una generosidad radical para construir comunidades basadas en la koinonía (comunión). Esta visión integra perfectamente la dimensión espiritual y material del cristianismo.

San Basilio el Grande, en el siglo IV, exhortaba a los ricos a usar sus bienes para el bien común y la evangelización: “El pan que guardas pertenece al hambriento; el abrigo que conservas en tus armarios, al desnudo; el calzado que se enmohece en tu casa, al descalzo; y el dinero que escondes, al necesitado” (Homilía sobre las riquezas).

San Agustín de Hipona enfatizaba que las riquezas no son malas en sí mismas, sino su mal uso: “No es la abundancia lo que Dios condena, sino el mal uso de ella”. Este pensamiento patrístico subraya que la riqueza puede convertirse en instrumento de santificación cuando se pone al servicio del Reino.

El magisterio pontificio sobre el sustento misionero

Los Papas han reiterado constantemente el valor del apoyo material a la evangelización como expresión de misericordia y corresponsabilidad eclesial.

El Papa León XIII, en su encíclica Rerum Novarum (1891), aunque abordaba principalmente la cuestión social, recordaba que “quien ha recibido de la divina Bondad mayor abundancia de bienes, ya sean externos y corporales, ya internos y espirituales, los ha recibido para que con ellos atienda a su propia perfección y, al mismo tiempo, como ministro de la divina Providencia, al provecho de los demás”.

San Juan Pablo II, en Redemptoris Missio (1990), afirmaba: “La cooperación misionera se amplía hoy con nuevas formas, incluyendo no sólo la ayuda económica sino también la participación directa” (n. 82). El Papa santo promovió también la idea del “destino universal de los bienes”, recordando que las riquezas deben servir al bien común y que todos los bienes de la tierra están destinados a satisfacer las necesidades de todos los hombres.

El Papa Francisco ha enfatizado esta dimensión con especial intensidad, conectando la misericordia con el apoyo misionero: “Una Iglesia auténticamente misionera no puede sino mostrar el rostro de un Dios misericordioso”, señaló en su mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2016. En su exhortación Evangelii Gaudium, nos recuerda que “cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres” (n. 187).

El Papa Francisco ha sido enfático en que la riqueza debe ser compartida “no como limosna, sino fraternalmente” y afirma que “la acumulación no es virtuosa; la distribución sí lo es”. Insiste además en que los ricos deben salir de su aislamiento y usar sus recursos para promover la justicia social y la dignidad humana.

Patrocinio Cristiano: Inspiración desde los Orígenes

En la historia del cristianismo, los benefactores de la misión jugaron un papel crucial. Lydia, una comerciante rica convertida por San Pablo, ofreció su hogar como base para la evangelización en Filipos (Hechos 16:14-15). Este tipo de apoyo permitió a la Iglesia expandirse en sus primeros siglos.

Hoy día, estos actos pueden replicarse mediante el financiamiento de proyectos misioneros, construcción de iglesias, apoyo a seminarios o sostenimiento de ministerios locales e internacionales. Esto no solo ayuda materialmente a quienes predican el Evangelio, sino que también refuerza el testimonio cristiano frente al mundo.

El apoyo misionero como misericordia, no como abuso de fe.

Es fundamental distinguir el auténtico apoyo evangelizador del simple exhibicionismo o, peor aún, de la manipulación de la fe. El apoyo genuino misionero:

Va acompañado de oración : El benefactor cristiano no solo aporta recursos, sino que acompaña espiritualmente la misión.

Se realiza con discreción : Como enseña a Jesús, “cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mateo 6:3).

Respeta la dignidad del misionero : No establece relaciones de poder o dependencia, sino de fraternidad y colaboración.

No busca reconocimiento : La motivación es el amor a Dios y al prójimo, no el prestigio social o eclesial.

Es constante y confiable : No se trata de donaciones esporádicas, sino de un compromiso sostenido que permita planificar la labor evangelizadora.

Un llamado al apoyo misionero hoy

En un mundo donde millones aún no han escuchado el mensaje del Evangelio y donde muchos misioneros enfrentan dificultades materiales, el patrocinio evangelizador sigue siendo una expresión privilegiada de misericordia cristiana.

El rico que apoya el trabajo misionero realiza una obra de misericordia profundamente alineada con las enseñanzas bíblicas y patrísticas. Este acto refleja un desprendimiento auténtico y una disposición fraternal hacia los demás. Tal apoyo no debe ser visto como un abuso o manipulación de la fe, sino como una expresión sincera del amor cristiano.

Quienes han sido bendecidos con abundantes recursos tienen la oportunidad de seguir los pasos de aquellos primeros benefactores que hicieron posible la expansión del cristianismo. Como recordaba San Cipriano de Cartago: “Lo que adquirimos y poseemos no es para nosotros solos, sino para todos; y negar algo al necesitado es cometer una injusticia”.

Como Jesús multiplicó panes y peces para alimentar multitudes (Mateo 14:13-21), así también los recursos compartidos pueden multiplicar frutos espirituales y materiales para el Reino de Dios. Esta forma de vivir la misericordia transforma tanto al benefactor como al misionero, creando vínculos de comunión que reflejan la verdadera naturaleza de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo. El apoyo a la evangelización no es solo una ayuda material, sino una participación activa en la obra misionera, una forma concreta de colaborar en la construcción del Reino de Dios en la tierra.

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