Reflexión para Sábado Santo – Semana Santa
En la liturgia católica, el Sábado Santo es el día más silencioso del año. Cristo yace en el sepulcro, y la Iglesia espera en silencio expectante la gloria de la Resurrección.

En la liturgia católica, el Sábado Santo representa quizás el día más silencioso del año. Es el día en que Cristo yace en el sepulcro y la Iglesia espera, en silencio expectante, la gloria de la Resurrección. Pero en medio de ese silencio litúrgico, existe una profunda realidad: el incomparable dolor de María, Madre de Dios, quien experimentó la más profunda soledad mientras su Hijo permanecía en el sepulcro.
El silencio sagrado de María
San Alfonso María de Ligorio, en sus meditaciones sobre los dolores de María, describe este séptimo dolor como el más intenso. Tras ver morir a su Hijo en la cruz, María debió vivir la experiencia de verlo sepultado, consciente de que aquel cuerpo sagrado que ella misma había formado en su vientre, ahora descansaba inerte en la oscuridad del sepulcro.
“No hay dolor comparable al suyo”, escribe San Alfonso, “porque no hubo amor comparable al que María sentía por su Hijo”. Este amor maternal, elevado a su máxima expresión por tratarse del Hijo de Dios, hacía que cada momento de separación fuera una agonía indescriptible.
Santa Brígida de Suecia relata en sus revelaciones que la Virgen le confió: “Cuando todos se marcharon, yo permanecía sola, con el corazón traspasado de dolor, contemplando el sepulcro donde yacía mi gozo y mi consuelo” . En otra visión, Santa Brígida escuchó a María decir: “Al ver sellar la tumba, sentí como si mi propio corazón quedaría encerrado allí. Me separé del sepulcro, pero mi alma nunca se apartó de él” .
La mística Sor María de Ágreda, en su obra “Mística Ciudad de Dios”, describe cómo la Virgen sintió una doble soledad: la ausencia física de su Hijo y el aparente silencio del Padre. Sin embargo, en esta desolación, María mantuvo intacta su fe: “Su corazón permaneció como una lámpara ardiente que ningún viento de duda pudo apagar” .
En la casa de Juan: soledad compartida
El evangelista San Juan nos revela con sencillez pero con profunda significación: “Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19,27). Así, obedeciendo el mandato de Cristo moribundo, Juan acogió a María. San Juan Pablo II comentaba sobre este momento: “En la soledad que siguió a la muerte del Señor, María y Juan permanecieron unidos no solo por el dolor, sino por la esperanza que aún no pudo comprender plenamente” .
San Amadeo de Lausana describe aquel sábado en la casa de Juan: “La Madre de Dios, sumida en un océano de dolor, permanecía en oración silenciosa mientras sus lágrimas regaban el suelo. Juan, el discípulo amado, no se atrevía a interrumpir su sagrado silencio, limitándose a acompañarla en su vigilia” .
La tradición recogida por numerosos santos y místicos nos habla de cómo María pasó aquellas horas en oración silenciosa. Santa Catalina de Siena describe en sus escritos que “la fe de toda la Iglesia se refugió en el corazón dolorido pero inquebrantable de la Madre” . Mientras los apóstoles sucumbían al miedo, la Virgen sostuvo la llama de la fe en el silencio de su corazón.
San Bernardo señala que durante aquellas horas de prueba, María revivió las palabras del ángel Gabriel, las profecías de Simeón, y cada momento de la vida de su Hijo, buscando en ellos la confirmación de que la muerte no tendría la última palabra.
Los apóstoles: entre el desconcierto y el temor
El Papa Benedicto XVI, en una de sus catequesis sobre el Sábado Santo, señalaba: “Mientras María guardaba todas estas cosas en su corazón, meditándolas en el silencio de la fe, los discípulos experimentaron la crisis más profunda de su seguimiento. Aquel a quien habían entregado sus vidas yacía muerto; sus esperanzas parecían haberse desvanecido” .
Los evangelios nos presentan a unos discípulos encerrados “por miedo a los judíos” (Jn 20,19). El místico español San Juan de la Cruz describe esta situación como “la noche oscura” de la fe de los apóstoles. Se sintieron defraudados, confundidos, temerosos por su propio destino tras la brutal ejecución de su Maestro.
San Efrén el Sirio escribe en sus himnos: “Pedro lloró amargamente, no sólo por su negación, sino porque creía que había sido engañado. Habían abandonado todo por seguir a un Mesías que ahora yacía muerto” . Este sentimiento de desolación era compartido por todos los apóstoles, excepto Juan, quien al menos tenía el consuelo de acompañar a María.
Santa Teresa de Jesús reflexiona en sus escritos sobre el estado de ánimo de los discípulos: “Estaban como ovejas sin pastor, perdidos en la oscuridad de la desesperanza. Lo que no sabían es que la Luz verdadera estaba a punto de brillar con más fuerza que nunca” .
San Máximo el Confesor escribe que “el silencio de los apóstoles era un silencio de confusión, mientras que el silencio de María era un silencio de expectación” . Esta diferencia fundamental marca la vivencia del Sábado Santo: donde los discípulos vieron el fin, María intuía un nuevo comienzo.
La soledad de María y las santas mujeres.
Las fieles mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea también vivían en su duelo particular. El Evangelio de Lucas nos dice que “las mujeres que habían venido con él desde Galilea siguieron a José, vieron el sepulcro y cómo era colocado el cuerpo de Jesús, y regresaron a preparar aromas y mirra” (Lc 23,55-56).
Santa María Magdalena, a quien Jesús había liberado de siete demonios, experimentaba un dolor particularmente agudo. San Gregorio Magno comenta que “ardía en amor por aquel a quien creía perdido para siempre” . Este amor la llevaría, apenas terminado el descanso sabático, a madrugar para visitar el sepulcro.
San Ambrosio de Milán destaca cómo “las mujeres permanecieron más fieles que los hombres en aquella hora de prueba” . Su valor y fidelidad serán recompensados al convertirse en los primeros testigos de la Resurrección.
El contraste: duelo cristiano y celebración pascual judía
Mientras en la pequeña comunidad de seguidores de Jesús se vivía el duelo más profundo, en Jerusalén se celebraba la festividad pascual judía. Esta yuxtaposición no es casual y encierra un profundo simbolismo: mientras el pueblo judío conmemoraba la liberación de Egipto, estaba desarrollándose la verdadera liberación de toda la humanidad, aunque aún oculta en el misterio del sepulcro.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) reflexiona sobre esta paradoja: “En medio de la celebración festiva de Jerusalén, María y los primeros cristianos experimentaron el verdadero sacrificio del Cordero. Mientras unos celebraban la memoria de la antigua alianza, otros, en el silencio y el dolor, estaban siendo testigos del nacimiento de la nueva y eterna alianza” .
San Juan Crisóstomo señala la ironía de que “los que se consideraban piadosos por celebrar la Pascua habían crucificado al verdadero Cordero pascual” . En sus homilías, destaca cómo los sacerdotes del Templo ofrecían sacrificios mientras el sacrificio perfecto ya había sido consumado en el Calvario.
El Papa Francisco, en una homilía del Sábado Santo, reflexionaba: “El ruido festivo de la ciudad contrastaba dolorosamente con el silencio del Gólgota y del sepulcro. Mientras unos celebraban la liberación antigua, María y los discípulos sufrían el aparente fracaso de la nueva liberación prometida” .
La Espera Silenciosa de María: Modelo para los Creyentes
La espera silenciosa de María: modelo para los creyentes
El Sábado Santo nos ofrece en María un modelo perfecto para nuestras propias experiencias de oscuridad y aparente ausencia de Dios. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, invita a contemplar a María en este día para aprender de ella el arte de la “desolación consolada”, esa paradójica experiencia de sentir dolor mientras se mantiene viva la esperanza.
El cardenal Carlo Maria Martini escribía: “Todo creyente atraviesa su propio ‘Sábado Santo’, momentos en que Dios parece callar y las promesas parecen haberse desvanecido. Es entonces cuando debemos mirar a María, que nos enseña a habitar el silencio sagrado sin desesperar” .
San Padre Pío describió el Sábado Santo como “el día que une el dolor del Viernes con la alegría del Domingo. Es el día en que debemos aprender a esperar como María esperó: en silencio confiado” .
La tradición mística de la Iglesia ve en María del Sábado Santo a la perfecta “contemplativa”, aquella que sabe transformar el dolor en adoración, la ausencia en presencia, el silencio en comunión.
El silencio fecundo
El Sábado Santo nos invita a contemplar el misterio del silencio de María. Un silencio que no era vacío, sino lleno de memoria, de dolor transformado en amor, de esperanza contra toda esperanza. En nuestras propias experiencias de soledad, podemos encontrar Consuelo en María del Sábado Santo, la que supo habitar el silencio doloroso con la certeza de que la última palabra no era la muerte, sino la vida. Como expresó San Newman expresó bellamente esta paradoja:
“Con cada prueba que Dios envía, envía también la gracia para soportarla. María lo sabía, y por eso pudo permanecer firme cuando todos los demás flaqueaban” . La espiritualidad del Sábado Santo nos enseña que, como escribió el cardenal Ratzinger (antes de ser Papa Benedicto XVI):
“Hay momentos en la vida cristiana en que solo cabe callar, esperar y creer, imitando a María que custodió en su corazón lo que no podía entender” .
La poetisa cristiana Carmen Bernos de Gasztold imagina así las palabras de María en el Sábado Santo:
“Han sellado la piedra y se han marchado.
Han sellado mi corazón con ella.
Pero yo sé lo que ellos no saben:
que la muerte no puede retener
lo que el Amor ha decidido liberar”.
Y así, en el silencio más profundo, María aguardaba el amanecer de la Pascua, enseñándonos a todos a mantener encendida la llama de la fe incluso en la noche más oscura.
[Publicado en unpasoaldia.com – Un espacio de reflexión cristiana para el caminante de hoy]
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