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“El Silencio” necesario para el encuentro con Dios

El silencio en la oración es importante porque nos permite escuchar la voz de Dios, estar en sintonía con nuestro interior y encontrar paz y tranquilidad en medio del bullicio diario. La importancia del silencio en la oración radica en la capacidad de crear un espacio interior propicio para la reflexión, la conexión espiritual y la escucha atenta. Cultivar el silencio en la vida de oración busca encontrar paz interior y a profundizar la relación con lo divino a través de la introspección y la calma.

Silencio, lugar de oración

dominicos.org

«Orando no seáis habladores. Vuestro Padre conoce vuestras necesidades» (Mt 6,78)

La oración no se puede definir.

De hacerlo se le pueden poner límites. En la oración el actor principal es Dios. No existe descripción válida.

A una montaña no se le ven todas las laderas. Así pasa con la oración. Una forma de hablar de la oración puede ser mencionarla como lugar de encuentro, como una relación…

Para que este encuentro se dé, es necesario el silencio. Está claro que los ruidos impiden la conversación. No nos podemos entender en el ruido. El silencio es un camino para nuestra relación con Dios. Por eso el silencio tendría que estar como un derecho fundamental del hombre. Tiene el poder de generarnos. Uno no hace nada y el silencio va equilibrando. Todo va encajando. Nos restaura. Hay mucho más en el silencio. Es necesario descubrir las muchas dimensiones del silencio. Por eso Jesús hace oración de silencio. Cuando habla no lo hace sin ton ni son. Toda Palabra va dirigida a alguien. «No seáis habladores». Nos advierte. Lo primero es silenciar todo. Pero hay que reconocer que no todo silencio es positivo y que muchas veces nosotros practicamos silencios que no hacen más que interferir el encuentro. Hay silencio pero no encuentro. Recordemos algunos silencios negativos que forman parte de nuestra vida cotidiana:

Silencio de angustia:

La palabra angustia viene de angosto, estrecho, ahogo… Cuando la angustia aparece en la persona y se presenta en la vida, deja sin palabras. No se puede hablar. La garganta queda atenazada. El corazón también. Es un silencio pero desde el miedo. No hay cercanía. Hay incomunicación. Todo lo contrario que el auténtico silencio.

Silencio de culpabilidad: 

No hablo porque «van a pensar que ». No hablo porque «me van a echar a mí la culpa».

Silencio de debilidad: 

«¡Qué voy a decir!». Decido callarme. Es un silencio negativo porque es el silencio de la impotencia.

Silencio de la indiferencia: 

Pasamos de todo. Es un silencio del bostezo, de la apatía… Guardo silencio porque me alejo de todo. No me importa, no me interesa en absoluto.

Silencio del mal humor: 

A veces, un disgusto nos pone serios y guardamos silencio. Estoy enfadado y con mi silencio te estoy reprochando. Estoy irritado y me callo. Mantengo la distancia y no deseo el diálogo.

Silencio del miedo: 

El miedo endurece cuando se presenta en la vida. «En boca cerrada no entran moscas»; «mejor no hablar, que luego hay represalias». Nos alejamos también del conflicto, de la denuncia.

Silencio de la envidia: 

Cuando nos toca la envidia nos deja sin palabras y no sabemos reconocer nada del otro. No se alaba ni se habla bien de nadie. No hay alabanzas. No hay apoyo. No hay comentarios positivos que refuercen. Es un silencio enfermizo muy peligroso. Si nos creyéramos únicos no nos compararíamos con nadie. No habría envidia. A cada uno Dios le pide lo suyo. Al tulipán no le pide que sea margarita. Jamás a un árbol le gustaría ser una flor.

Silencio de orgullo: 

Este silencio, a veces, se refleja en el cuerpo. El orgullo, cuando se tiene, siempre separa. No hablamos con el mismo nivel. Aristóteles localizaba el orgullo en la cabeza. «Se le han subido los humos a la cabeza». Es un dicho muy general que explica bien al orgulloso.

Silencio del rencor:

 El mal humor puede ir cristalizando en la persona que lo padece y es entonces cuando hace su aparición este silencio del rencor. Se incrusta, se calcifica. Es un quiste difícil de extirpar. Es silencio peligroso hasta para la salud y muy negativo. Es necesario mucho tiempo para que se diluya.

Silencio del odio:

Este es mortal. San Juan dice que el que no ama a su hermano es un homicida. Cuando no se habla con alguien hay un trasfondo de muerte. Estoy negando a la persona. Hablar tiene que ser para que el otro se dé cuenta. Es un acto de amor, de respeto, de consideración.

Todos estos silencios nos van enfermando y conduciendo a la incomunicación. Es necesario ir detectando cuál de ellos nos afecta en nuestra historia. Es necesario conocer muy bien nuestros silencios negativos para trascenderlos y superarlos e ir poco a poco serenándolos. Estos silencios son ruidos tremendos que no nos permiten el encuentro con Dios en la oración. A veces nos acosan en cada silencio y tenemos que descubrirlos como secuelas que viven y vienen con nosotros. Está bien que los reconozcamos, porque sólo viéndolos podemos superarlos.

Los silencios positivos son también muy variados y sólo vamos a recordar unos pocos:

Silencio de humildad: 

Es el silencio del respeto. Proporcionamos a una persona que nos visita este silencio para interesarnos por sus noticias. Oímos en silencio lo que nos propone. Acogemos a la persona con nuestro interés. Es justo hacerlo así. Ofrecer a cada uno el gesto de nuestro silencio para que la escucha se dé desde la intimidad.

Silencio de admiración: 

Es otro silencio que tiene gran calidad. Algo de esa persona atrae nuestra mirada y despierta este silencio que tanto beneficio acarrea. Este silencio es necesario para recuperar este sentido.

Silencio de asombro: 

Son maravillosos los asombros. Me quedo sin palabras. Es importante que se dé este silencio pero para ello es necesario el «no saber». Se inicia con el no saber. Con un vaciamiento de todo conocimiento. Sin referencias. Como un niño pequeño ante lo nuevo y lo desconocido. Este silencio se rompe cuando preguntamos. Se rompe al indagar. ¿Por qué? No hace falta la pregunta. La vida es maravillosa en sí. Hay que asombrarse continuamente ante ella sin preguntar más. Los niños se entregan a ella y tienen una gran capacidad de asombro. «Si no os hacéis como niños…, no entraréis en el reino del Asombro».

Silencio de la alegría

Cuando uno alcanza la cumbre de la alegría se le colma el corazón y sobra la palabra. Cuando te quedas extasiado, boquiabierto, no eres capaz de pronunciar palabra. Es el silencio de la felicidad.

Silencio del amor: 

Es el silencio de la comunión. Cuando miramos a una persona con amor ya no es necesario pronunciar palabra. El milagro de una pupila hace innecesario hablar. A la persona amada se la siente y no más. ¡Qué gusto es estar en casa sin hablar! (Decía Mafalda en una de sus viñetas: «¿Cuándo vamos a ir a casa a callar un rato?»). Y es que, cuando existe el amor, basta con estar. La presencia todo lo llena. Todo lo colma.

Muy cercano a este último silencio está el que pide Jesús en la oración.


La oración más importante es aquella que surge del corazón, ya que el corazón es lo más relevante en la oración. Esta oración no necesita necesariamente ser expresada con palabras externas, aunque no excluye la oración verbal.

Cuando la oración es verbal, es crucial que sea el corazón quien se comunique con Dios. Esto se debe a que es el ser humano en su totalidad quien se dirige a Dios, y el ser humano está compuesto por espíritu, alma y cuerpo (1 Ts 5, 23).

La oración no es simplemente un convencionalismo, sino que implica dirigir toda la existencia hacia Dios. Es un momento privilegiado de encuentro y diálogo con Dios, tanto a nivel individual como social. Aunque la relación entre la oración y el silencio es intrínseca, puede resultar difícil de explicar, entender y poner en práctica. El verdadero silencio es una condición necesaria para la oración, ya que lo favorece. Este silencio no aburre, al contrario, es similar al silencio reinante cuando se está a solas con un ser amado. En la oración no hay inactividad, sino todo lo contrario.

La oración es un acto que debe realizarse correctamente para evitar que se convierta en un ritual sin sentido o vacío. Cuando la oración se realiza de manera adecuada, se experimenta la presencia de Dios, lo que brinda satisfacción y deleite espiritual. Jesús mismo se llenó de gozo al orar en el Espíritu Santo, según el Evangelio de Lucas 10, 21. Aunque a veces se percibe la oración como tediosa, en realidad es un acto hermoso de estar en compañía de Dios. Se compara con convivir con alguien a quien amamos y que nos ama, y no se considera un lastre, sino algo muy bonito. La oración, por lo tanto, no es una carga pesada, sino una experiencia gratificante de conexión con lo divino.

La oración es algo muy positivo, pero es importante saber cómo orar, ya que no se trata simplemente de leer fórmulas, ni mucho menos de tener un monólogo.

El silencio es fundamental, más que para rezar, para orar.

Rezar y orar son dos formas de comunicación con Dios, pero se diferencian en que rezar implica el uso de fórmulas establecidas que son recitadas, mientras que orar implica dirigirse a Dios con palabras personales, ya sea mentalmente o verbalmente.

Ambas formas de oración son agradables a los ojos de Dios si se realizan con fe, de corazón, con conciencia y eliminando los ruidos.

Qué es orar.

La oración no es algo aburrido ni una obligación, sino que es una necesidad y una experiencia maravillosa. Es importante desarrollar momentos de intimidad con Dios para orar de manera adecuada. Al acercarnos a Dios, sentiremos su presencia cercana, lo que hará que la experiencia de orar sea maravillosa. Según el Libro de la vida de santa Teresa de Ávila, orar es como tener una amistad a solas con alguien que sabemos que nos ama. A medida que experimentamos intimidad con el Señor, estaremos más dispuestos a pasar tiempo en su presencia.

¿Qué hacer o decir en la oración?

La oración a menudo se reduce a simplemente pedir, con la expectativa de que Dios llene nuestros bolsillos vacíos con cosas que solo nos satisfagan materialmente. Sin embargo, antes de esto, la oración es algo más.

  • La oración a menudo se reduce a pedir cosas materiales, pero antes que eso, la oración implica adorar a Dios, ser agradecidos y reconocer su grandeza.
  • La oración gustosa, fructífera y bien aprovechada implica aprender a adorar a Dios y serle agradecidos.
  • Las oraciones del Padrenuestro y del Ave María tienen dos partes: la adoración y la gratitud.

“Si queremos rezar, primero debemos aprender a escuchar, porque en el silencio del corazón, Dios habla”.

Santa Teresa de Calcuta

En la liturgia, se establecen momentos específicos de silencio para permitir la profundización en la oración, la acogida de la Palabra de Dios y la disposición de nuestros corazones para recibir a Cristo a través de la Eucaristía. Estos momentos de silencio son importantes para la reflexión espiritual y la conexión con la presencia de Dios durante la celebración litúrgica.

El silencio es una parte importante en varias tradiciones y prácticas de oración. Por ejemplo, en la oración de Santa Teresa de Ávila, se enfatiza la importancia de la quietud y la escucha interior. La adoración eucarística también incluye momentos de silencio para reflexionar y estar en presencia de la divinidad. En la fase de contemplatio de la lectio divina, una práctica de lectura y meditación de textos sagrados, el silencio es fundamental para permitir que la palabra de Dios resuene en el corazón del creyente. Estas son solo algunas de las tradiciones y prácticas en las que el silencio juega un papel significativo en la conexión espiritual y la oración.

En el Evangelio de Mateo, Jesús nos exhorta a evitar “parlotear” demasiado cuando oramos, recordándonos la importancia del silencio en la oración. Aunque pueda parecer difícil, se sugiere rezar junto a San Juan de la Cruz pidiendo a Dios la gracia de aprender a guardar silencio, utilizando la frase: “Impón incluso silencio en mi oración, para que sea impulso puro hacia ti”.

Por otro lado, es importante recordar que además de los momentos de oración, el silencio también es una forma de experimentar el mundo de una manera más profunda. El silencio nos puede ayudar a estar más presentes y disponibles para nosotros mismos, para los demás, y por supuesto, para Dios.

En otras palabras, cuando propiciamos estos momentos de silencio en nuestro día a día, disponemos nuestro corazón para escuchar al Señor y nos volvemos más sensibles a su presencia. El silencio nos permite conectarnos con lo más profundo de nuestro ser y estar en sintonía con lo divino.

Sí, somos conscientes de que a veces puede resultar complicado encontrar mucho tiempo para la reflexión, ya que nuestras agendas suelen estar muy ocupadas. Sin embargo, si nos lo proponemos, podemos encontrar pequeños momentos para hacer silencio y conectarnos con Dios. Aquí algunas ideas:

  • –  Antes de una comida, para invitar al Señor a nuestra mesa
  • –  Antes de un encuentro con alguien, para acoger a Dios en la otra persona

“Tenemos que encontrar a Dios, y él no se puede encontrar en el ruido y la inquietud. Dios es el amigo del silencio” 

Madre Teresa de Calcuta

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1 Comentario

  1. Rosa

    INFINITAS GRACIAS HNO LUIS ALBERTO POR COMPARTIR ESTE MENSAJE DEL SILENCIO QUE ES MUY NECESARIO PARA EL ENCUENTRO CON DIOS Y LO PONDRE EN LA PRACTICA EN MI PEREGRINACION DE LA ORACION DESDE MAGDALA EN TIERRA SANTA EN ESTA CUARESMA QUE COMIENZA EL DIA 14 DE FEBRERO 2024 Y QUEDA USTED CORDIALMENTE INVITADO. SALUDOS CORDIALES PAZ Y BIEN CON DIOS .

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