Un camino de Fe

Carlo Acutis

La Matemática del Cielo: Restar para Crecer

Meditación sobre el pensamiento de San Carlo Acutis


“La santificación no es un proceso de suma, sino de resta. Menos yo para dejar espacio a Dios.” — San Carlo Acutis

La gran confusión: El error que todos cometemos

Cuando pensamos en convertirnos en mejores personas, en crecer espiritualmente, en acercarnos a la santidad, nuestra mente naturalmente recurre al lenguaje de la adición. Pensamos: “Debo rezar más. Debo leer más la Biblia. Debo ir más a misa. Debo hacer más obras de caridad. Debo añadir más disciplinas espirituales a mi rutina” .

Esta lógica intuitiva parece y razonable. Si quiero mejorar en cualquier área de la vida —el trabajo, el deporte, un idioma— necesito dedicarle más tiempo, más esfuerzo, más práctica. ¿Por qué sería diferente con la vida espiritual?

Sin embargo, San Carlo Acutis, con la claridad profética que lo caracterizaba, nos revela que hemos estado mirando el problema desde el ángulo equivocado. La santificación no funciona con la lógica de la suma, sino con la paradójica matemática del Reino de Dios: la lógica de la resta.

Esto puede resultarnos desconcertantes, incluso inquietante. ¿Restar? ¿No deberíamos estar agregando virtudes, multiplicando buenas obras, acumulando méritos? Pero Carlo había comprendido algo fundamental que Jesús enseñaba constantemente: el camino hacia arriba comienza hacia abajo. El camino para ser más comienza siendo menos.

La ecuación divina: Menos yo, más Dios

La frase de Carlo contiene dos movimientos simultáneos e inseparables: una resta y una suma. O más precisamente: una resta que hace posible la suma. “Menos yo para dejar espacio a Dios” .

El problema fundamental de la condición humana no es que tengamos poco de Dios, sino que tenemos demasiado de nosotros mismos. Nuestro ego ocupa tanto espacio en el templo de nuestro corazón que no queda lugar para que Dios habite plenamente en nosotros. Es como intentar llenar de agua un vaso que ya está lleno de arena: primero hay que vaciar la arena.

Jesús lo expresó con una claridad radical: “Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” . No dijo “añádase a sí mismo”, sino “niéguese a sí mismo”. No es una cuestión de incorporar a Jesús en nuestra vida ya completa, sino de desocupar el centro para que Él pueda ocuparlo.

Carlo vivió esta ecuación con una coherencia increíble. Su lema personal, “No yo, sino Dios” , no era un simple eslogan piadoso, sino el principio operativo de toda su existencia. Cada decisión, cada acción, cada momento pasaba por este filtro: ¿Esto me engrandece a mí o engrandece a Dios? ¿Esto alimenta mi ego o hace espacio para Su gracia?

¿Qué debemos reiniciar? El inventario honesto

Si la santificación requiere restablecer, debemos preguntarnos con brutal honestidad: ¿Qué es exactamente lo que necesitamos restablecer de nuestras vidas?

Restar el ego desmedido

No se trata de eliminar por completo el sentido del yo —eso sería psicológicamente imposible e indeseable— sino de reducir esa inflación patológica del ego que nos hace creer que somos el centro del universo. Restar esa necesidad constante de ser vistos, reconocidos, aplaudidos, validados. Restar esa compulsión de convertir cada conversación en una oportunidad para hablar de nosotros mismos.

Restar el control obsesivo

Vivimos con la ilusión de que, si planificamos lo suficiente, si nos esforzamos bastante, si controlamos cada variable, podremos determinar los resultados de nuestras vidas. Esta es una forma sutil pero perniciosa de jugar a ser Dios. Restar significa soltar las riendas, confiar en que hay un plan más grande que nuestros planos, aceptar que no somos ni debemos ser los arquitectos supremos de nuestra existencia.

Restar la autosuficiencia

Nuestra cultura nos ha vendido el mito del “hombre hecho a sí mismo”, del individuo que no necesita a nadie. Esta es una mentira devastadora. Restar significa reconocer nuestra radical dependencia de Dios y de los demás, admitir nuestras limitaciones, pedir ayuda, aceptar que somos frágiles y necesitados.

Restar la agendada

En una cultura dictada a la productividad y al ajetreo, decimos “sí” a demasiadas cosas. Restar significa aprender a decir “no” a lo bueno para poder decir “sí” a lo mejor. Significa crear espacios de silencio, de soledad, de oración, donde Dios pueda hablarnos. Porque Dios no grita para hacerse escuchar por encima de nuestro ruido; Él susurra, y solo podemos escucharlo en el silencio.

Restar el rencor y el resentimiento

Cuánto espacio ocupan en nuestro corazón los agravios no perdonados, las heridas que cultivamos, los resentimientos que alimentamos. Este equipaje emocional tóxico no solo nos envenena, sino que no deja espacio para la gracia sanadora de Dios. Restar significa perdonar, soltar, liberar, no por el bien de quien nos ofendió, sino por nuestro propio bien, para hacer espacio a la paz.

El espacio vacío: La paradoja de ser llenado

Aquí surge una pregunta natural: si resto todo esto, ¿no quedará vacío? ¿No me convertiré en una persona sin personalidad, sin deseos propios, en una sombra?

Esta preocupación revela que aún no hemos comprendido completamente la paradoja del Evangelio. El espacio que creamos al restaurar nuestro ego no queda vacío. Se llena de algo infinitamente más grande, más rico, más satisfactorio: se llena de Dios mismo.

Es como la diferencia entre un vaso lleno de agua turbia y un vaso lleno de agua cristalina. Para tener el agua cristalina, primero debemos vaciar el agua turbia. El vaso no permanece vacío; simplemente intercambiamos contenido inferior por contenido superior.

Santa Teresa de Ávila lo entendió profundamente cuando escribió: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta” . Solo Dios basta. No Dios más un montón de otras cosas. Solo Dios.

Cuando restamos nuestra voluntad obstinada, Dios añade Su voluntad perfecta. Cuando restamos nuestra fuerza limitada, Dios multiplica Su poder infinito. Cuando restamos nuestra sabiduría miope, Dios infunde Su sabiduría eterna. El vacío es solo el preludio necesario para el llenado.

Carlo experimentó esta realidad profundamente. Cuanto menos espacio ocupaba su “yo”, más espacio tenía Dios para obrar maravillas en él ya a través de él. Su vida breve pero extraordinariamente fructífera es testimonio de esta verdad: menos yo significa más de Dios, y más de Dios significa más vida, más alegría, más propósito, más fruto.

Restar en la práctica: Pasos concretos

La espiritualidad no puede quedarse en bellas ideas abstractas. Debe traducirse en acciones concretas, en decisiones diarias. ¿Cómo practicamos este “resta santificante” en nuestra vida cotidiana?

En nuestras palabras: Practicamos hablar menos de nosotros mismos y más de los demás. En nuestras conversaciones, resistimos la tentación de redirigir cada tema hacia nuestras experiencias. Hagamos más preguntas. Escuchemos más profundamente. Celebremos los logros ajenos sin sentir que disminuyen los nuestros.

En nuestras redes sociales: Publicamos menos para impresionar y más para inspirar. Antes de compartir algo, pregúntate: ¿Esto glorifica mi imagen o glorifica a Dios? ¿Esto alimenta mi ego o edifica a los demás? Reduce el tiempo de consumo pasivo de redes y aumenta el tiempo de conexión real con Dios y con personas.

En nuestras ilusiones: Soltemos la ilusión del control absoluto. Hagamos nuestras ilusiones, sí, pero mantenemos las manos abiertas, dispuestos a que Dios las modifique. Digamos más frecuentemente: “Si Dios quiere” y “Hágase tu voluntad” no como frases religiosas automáticas, sino como expresiones genuinas de confianza.

En nuestro tiempo: Eliminamos las distracciones que roban tiempo a lo esencial. Cada “sí” que decimos a algo menos importante es un “no” implícito a algo más importante. Restemos actividades que solo alimentan nuestro ego o nuestra ansiedad. Aumentemos los espacios de oración, silencio y contemplación.

En nuestro corazón: Practicamos el ayuno del resentimiento. Cada día, identificamos un agravio que estamos guardando y, conscientemente, elegimos soltarlo. No esperemos a “sentir ganas” de perdonar; el perdón es una decisión antes que un sentimiento. Restemos rencores, añadamos misericordia.

Carlo practicaba este “ayuno del yo” constantemente. No era una tarea pesada para él, sino una forma liberada de vivir. Había descubierto que cuanto menos defendía su ego, menos necesitaba defenderlo. Cuanto menos buscaba su propia gloria, más experimentaba la gloria de Dios.

La libertad de ser menos

Una de las consecuencias más hermosas e inesperadas de dejar de ser “yo” es la libertad que produce. Vivimos esclavizados por nuestro ego. Estamos constantemente preocupados por nuestra imagen, nuestra reputación, lo que otros piensan de nosotros. Gastamos energías inmensas defendiendo nuestro territorio, protegiendo nuestra importancia, asegurando nuestro reconocimiento.

Pero cuando dejamos de intentar ser el centro, cuando renunciamos a ser nuestro propio dios, descubrimos una libertad increíble: ya no tenemos que llevar el peso del universo sobre nuestros hombros. Ya no necesitamos demostrar nuestro valor constantemente. Ya no debemos controlar cada resultado. Ya no tenemos que defender nuestra imagen a toda costa.

La ansiedad, en gran medida, nace de nuestra pretensión de ser dioses de nuestra propia vida. La paz llega cuando aceptamos nuestro lugar de criaturas y permitimos que Dios sea Dios.

Carlo era un adolescente inusualmente libre. Libre de la presión del grupo porque no necesitaba la aprobación de sus compañeros. Libre de la comparación porque no competía con nadie. Libre del miedo al fracaso porque su identidad no dependía de sus logros. Esta libertad provenía de haber restado su ego y haber permitido que Dios ocupara el centro.

Morir para vivir:

La lógica del grano de trigo Jesús usó una poderosa imagen agrícola para explicar este principio: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto” .

El grano debe ser enterrado. Debe perder su forma original. Debe desintegrarse. Solo entonces puedes germinar y multiplicarse. Si el grano se aferra a sí mismo, si se protege, si se conserva, permanece solo, estéril, sin fruto.

Nosotros somos ese grano de trigo. Restar el “yo” no es perder la vida, es encontrarla verdaderamente. Es morir a lo falso —nuestro ego inflado, nuestras pretensiones de autosuficiencia, nuestra ilusión de control— para vivir lo auténtico: nuestra identidad real como hijos amados de Dios.

Carlo murió básicamente a los quince años, pero había aprendido a “morir a sí mismo” mucho antes. Había practicado esta muerte cotidiana del ego. Por eso su vida tan breve produjo —y sigue produciendo— un fruto abundante que perdura en millones de corazones alrededor del mundo.

La gran pregunta:

¿Quién ocupa el trono? Finalmente, esta enseñanza de Carlo nos confronta con la pregunta más importante que podemos hacernos: En el templo de mi corazón, ¿quién ocupa el trono? ¿Quién toma las decisiones fundamentales? ¿Quién recibe la gloria cuando las cosas van bien?

Si la respuesta honesta es “YO”, entonces es momento de practicar la resta. No como una penitencia dolorosa, sino como el camino hacia la libertad, hacia la plenitud, hacia la vida auténtica.

La santidad de Carlo no vino de añadir un montón de prácticas religiosas a una vida ya completa. Vino de vaciar el centro para que Dios pudiera llenarlo. Vino de restar obstáculos para que la gracia pudiera fluir libremente.

Esta es la matemática del cielo, tan contraintuitiva para nuestra mentalidad moderna: menos yo significa más de Dios, y más de Dios significa más vida, más amor, más propósito, más fruto, más alegría verdadera.

No es complicado. Solo requiere humildad para reconocer que el problema no es que tengamos poco de Dios, sino que tenemos demasiado de nosotros mismos. Y valentía para comenzar a reiniciar.

“Menos yo para dejar espacio a Dios.” Esta fue la clave de la santidad de Carlo Acutis. Y puede ser la clave de la nuestra.

¿Qué vas a restar hoy?

Un Paso al día… Un Camino de Fe

1 Comentario

  1. Que alegría hermano Luis Alberto por estas nuevas publicaciones…
    Haci seguiremos creciendo en nuestra vida espiritual …no se cance de enseñar es difícil encontrar en estos tiempos alguien dispuesto a trabajar con el señor y por el señor….viva Maria

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